“Pero María atesoraba todas estas cosas, reflexionando sobre ellas en su corazón.” – Lucas 2:19
Recientemente en nuestra Iglesia se celebró la Velada Navideña. Luego de la presentación de la obra musical, un pastor invitado dio unas palabras de exhortación centradas en el versículo 19 de Lucas 2, llamándonos a reflexionar sobre el significado del nacimiento, vida y muerte de Jesús. Ese breve mensaje, que no duró más de cinco minutos fue un cierre verdaderamente impactante para la ocasión.
Como me ha ocurrido anteriormente, cuando llega esta temporada, me envuelvo en la lista de tareas por hacer, listas de regalos, actividades que organizar o asistir y aunque pauso todos los días para leer la Biblia, a veces no me detengo lo suficiente como para reflexionar. Realmente, es algo con lo que creo que muchas mujeres luchamos. Esa noche sentí que Dios me llamaba a detenerme como lo hizo María y reflexionar sobre Jesús.
En la noche del nacimiento de Jesús, María reflexionó luego de la visita de los pastores. Solo puedo imaginarme el asombro y lo maravillada que estaba ella ante el relato de los pastores que habían visto y escuchado a un coro celestial cantar el anuncio de la llegada del Mesías. Probablemente cuando ella le dijo al ángel Gabriel que se hiciera con ella conforme a la Palabra que se le había dado, no tenía ni idea de cómo iba a resultar todo lo que le estaba aconteciendo. Pero María fue obediente y valiente, aceptó el llamado aún sin entender la magnitud de todo lo que habría de ocurrir. El anuncio y el nacimiento de Jesús son, sin duda, acontecimientos transformadores. La vida de María cambió desde la visita del ángel Gabriel; así también nuestra vida es transformada por las Buenas Nuevas de Salvación y la llegada de Jesús a nuestros corazones.

“Y descendió con ellos,
y volvió a Nazaret,
y estaba sujeto a ellos.
Y su madre guardaba
todas estas cosas en su corazón.” – Lucas 2:51
En Lucas 2: 41-52 se encuentra el relato de Jesús en el templo a sus doce años enfrascado en una conversación con los eruditos en la Ley. El verso 51 repite que María guardaba todas estas cosas en su corazón y reflexionaba sobre ellas. Definitivamente, esa escena debe haber sido impresionante al ver a Jesús sostener un diálogo con adultos conocedores de Ley. Jesús era su Salvador, quien cumpliría la ley a perfección en representación de ella y de todos nosotros, para perdón de nuestros pecados. Él era digno de su adoración y es digno de la nuestra.
Al pausar intencionalmente para reflexionar en esta temporada, meditemos en que Jesús vino para transformar nuestra relación con Dios, ya no somos “hijas de ira”, sino que somos amadas y aceptadas por el Padre. Su amor nos cubre para que nuestras vidas sean transformadas: que haya unidad en nuestra familia y matrimonio, que haya perdón, que seamos humildes y amables en el trato mutuo, que nos hablemos con verdad y gracia, que el gozo del Señor abunde en nuestros hogares.

“Entonces, como escogidos de Dios, santos y amados,
revestíos de tierna compasión, bondad, humildad,
mansedumbre y paciencia.” – Colosenses 3:12
La presencia de Jesús en nuestras vidas nos restaura, nos santifica, nos mueve hacia la madurez. Reflexionemos sobre cómo se ha visto transformada nuestra vida este año por la presencia de Jesús. ¿Qué cambios hemos experimentado? ¿Estamos igual que el año pasado para esta fecha o hemos mejorado y madurado? ¿Ha crecido nuestro matrimonio? ¿Cómo estoy ejerciendo mi rol de esposa, de madre, de hija? ¿Qué actitudes en mí necesitan ser pulidas por Dios todavía? La Biblia nos enseña que hagamos TODO para la gloria de Dios. Él es digno de toda nuestra adoración. Así que, procuremos exaltarlo en nuestro diario vivir, al darle el primado en nuestro hogar, al honrar Su Palabra en la forma en que nos relacionamos con el esposo y los hijos. Démosle gloria con nuestro testimonio ante el mundo, alabémosle con gratitud por la oportunidad de servirle a Él, sea cual sea la comisión que nos haya dado. Hagamos la pausa y, como María, reflexionemos.
