Luchando con la tentación de ser la “salvadora” del esposo

“Cuando la mujer vio que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y que el árbol era deseable para alcanzar sabiduría, tomó de su fruto y comió; y dio también a su marido que estaba con ella, y él comió.”
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Génesis‬ ‭3‬:‭6‬ ‭LBLA

Seguramente has escuchado o leído en algún momento la historia de Eva, de cómo fue tentada por la serpiente, comió del fruto prohibido y le dio a comer a su esposo del mismo en desobediencia a Dios. Con ese acto comenzó el pecado en el mundo que Dios había creado.

La desobediencia de Eva nos comunica que ella pensó en sí misma y creyó que si podía conocer lo que Dios conocía, sería tan poderosa y salvadora como Él. La narrativa que el enemigo usó para tentar a Eva es muy parecida al discurso del feminismo moderno. Estamos siendo seducidas a pensar contrario a la Palabra de Dios: egoísta y arrogantemente “empoderadas”, capaces de lograr todo nosotras mismas.

La Biblia nos enseña a ser humildes (Filipenses 2:3-4), a amar a los demás como Cristo nos amó (Juan 15:12) y que nuestra dependencia de Dios es lo que nos capacita para lograr todo lo que sea Su voluntad (Filipenses 2:13)

Eva comió del fruto y dio de comer a Adán, lo cual nos dice que ella pensó que él necesitaba o quería lo mismo que ella. ¿Cuántas veces hemos sido tentadas a pensar de manera similar? ¿Has pensado alguna vez que tu esposo necesita que lo “salves” o lo “reformes”?

Durante los primeros años de mi matrimonio, comencé a preocuparme porque entendía que el interés de mi esposo por la iglesia no estaba a la par con el mío. Constantemente le insistía y hasta discutía frustrada con él sobre el asunto. Pensaba que yo estaba en lo correcto porque mis intenciones eran buenas y con eso justificaba mis acciones.

Pero un día, el Espíritu Santo trajo a mi corazón la convicción de que debía callarme y orar por mi esposo. De momento, me chocó porque creía que estaba haciendo las cosas bien. ¡Qué bueno que el Padre que nos ama, nos corrige! Entonces, comencé a orar por mi esposo para que fuera Dios quien obrara en su vida.

Ciertamente, Dios no necesitaba de mi intervención y así me lo demostró. Un día mi esposo me llamó compungido, mientras iba conduciendo hacia su trabajo diciéndome: “Dios está haciendo algo conmigo…” En ese trayecto hacia el trabajo, mientras iba solo en el auto, Dios empezó a trabajar en su corazón y lo llevó a madurar en su fe. Por la gracia de Dios, llevamos 29 años de casados y seguimos aprendiendo y creciendo en la fe.

En mis fuerzas y con mi cantaleta, solo lograría frustrarme y alejarlo a él. ¡Gracias a Dios que abrió mis ojos a la necedad que estaba cometiendo! No tengo la capacidad de “salvar” o transformar el corazón de mi esposo. Solo Dios puede hacerlo. Esta es una verdad que necesito tener presente para combatir la tentación cuando se presente de nuevo.

La tentación de “salvar”, cambiar o reformar al esposo es muy real para muchas mujeres. Es algo con lo que luchamos. Necesitamos darnos cuenta de que somos pecadoras que nos casamos con pecadores, como dice la autora Elisabeth Elliot. Ambos necesitamos a Cristo. Solo en Él hay salvación para nuestras almas. Solo el Evangelio transforma las vidas. Su gracia es suficiente.

Así que, enfoquemos nuestra vista en la enseñanza que permanece para siempre. No nos dejemos seducir por los discursos engañosos de este mundo. Cuando tengamos alguna preocupación sobre el esposo, convirtámosla en una oración en lugar de hacerla un tema de disensión en el hogar ( Filipenses 4:6). La mujer sabia edifica su casa confiando en que Dios será glorificado en su matrimonio.

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