“He aquí, herencia de Jehová son los hijos;
Cosa de estima el fruto del vientre.” –
Salmo 127:3
Una de las bendiciones más maravillosas que puede experimentar una mujer en su vida es la de ser madre. Los hijos(as) son un regalo de Dios y llenan nuestra vida de grandes alegrías y momentos inolvidables.
Durante la infancia y la niñez de nuestros hijos(as) enfrentamos los retos naturales y comunes de dichas etapas. Junto al esposo, tenemos la responsabilidad de criarlos y educarlos en los principios bíblicos que sentarán las bases de su desarrollo espiritual y moral. Esto es un privilegio que debe tomarse con reverencia y seriedad.
Nunca dejamos de ser madres. Siempre estaremos pendientes del bienestar de nuestros hijos(as), sin importar la edad que tengan. Aunque llega un punto en sus vidas en el que levantarán sus alas y volarán de nuestro nido, nunca saldrán de nuestro corazón. En ese punto, tenemos que aprender a confiar en Dios y en que lo que les hemos enseñado a lo largo de los años rendirá fruto. Una madre necesita entender que no puede controlar todo, que los hijos(as) emprenderán camino hacia los propósitos que Dios ha preparado para ellos. En medio de las diversas circunstancias que enfrenten nuestros hijos(as), podemos confiar en que el Dios soberano los cuida y que la Palabra sembrada en sus corazones no retorna atrás vacía.

Así también pasa con mi mensaje,
no volverá a mí vacío,
sino que hará lo que yo quiero
y cumplirá bien el propósito
para el que lo envío. – Isaías 55:11
Ahora que mi hijo y mi hija son jóvenes, es que puedo percibir con mayor claridad cuán indispensable es confiar en la soberanía de Dios respecto a ellos. Ya ellos no dependen de mí y de mi esposo como cuando eran pequeños, cada uno está comenzando a emprender su camino. Y necesito fortalecerme en Dios a diario, confiar en su cuidado, orar continuamente, reconociendo que están en mejores manos que las mías, pues están en las manos de Dios.
Mi padre relata que cuando yo iba para la universidad y tendría que hospedarme lejos de mi casa, él oraba continuamente por el cuidado de Dios sobre mi vida. En una ocasión, mientras él oraba, Dios le hizo entender que Él me cuidaría mejor de lo que mi papá me podía cuidar. ¡Y Dios lo hizo! Me protegió hasta de un intento de asalto a mano armada y solo Él sabe de cuántos peligros más durante los cuatro años que me hospedé lejos de mi hogar mientras estudiaba.
Al pensar en eso, en esta etapa de mi vida como madre, me doy cuenta de que, con el paso de los años, llega también un mayor reconocimiento de la soberanía de Dios. Y no pretendo decir que he alcanzado plena madurez, pues la vida es un continuo proceso de crecimiento y aprendizaje, tal como lo es la maternidad. Con cada etapa de la vida de nuestros hijos(as) seguimos aprendiendo a ser madres, crecemos y nos desarrollamos con ellos. Esta es una de las oportunidades más emocionantes que tenemos como madres y que no debemos desaprovechar pues maduramos, lo cual es beneficioso para nuestras relaciones (como esposa, hija, hermana, amiga, no solamente como madre).

Se levantan sus hijos y la llaman bienaventurada… – Proverbios 31:28
Ser madre es un precioso regalo que nos impulsa y nos inspira a ser más como Cristo. Escribiendo sobre la maternidad, Elisabeth Elliot dice lo siguiente: “Requiere sacrificio propio y humildad, pero es la ruta, como fue la humillación de Jesús, a la gloria.” Al ir creciendo en este proceso de ser madres, necesitamos entender que hay que humillarnos ante la voluntad de Dios para nuestros hijos y confiar en que es buena, agradable y perfecta, sea que la entendamos o no. Algunas inclusive clamarán por un hijo pródigo, rogando que vuelva en sí y regrese a casa. Otras orarán por sus hijos(as) en el campo misionero, por una enfermedad de un hijo(a) o tantas otras situaciones. Sea cual sea la circunstancia, necesitamos confiar en la soberanía de Dios, rendir nuestros propios planes para las vidas de nuestros hijos(as) y descansar en el cuidado de Dios. Nuestros hijos(as) nos apreciarán más cuando vean a Cristo en nosotras. Y nosotras tendremos la seguridad de que aún cuando ya nosotras no estemos más, Dios nunca les faltará porque crecieron en la fe que les salva y les conduce a una relación con Dios.