“¿Por qué te fijas en lo malo que hacen otros,
y no te das cuenta de las muchas cosas malas que haces tú?
Es como si te fijaras que en el ojo del otro hay una basurita, y no te dieras cuenta de que en tu ojo hay una rama.” – Mateo 7:3
Hace varios años, participamos en un Retiro Matrimonial, cuyo tema fue: “Si tú cambias, cambia tu matrimonio”. El enfoque bíblico que utilizamos fue el de Mateo 7:3 y procuramos enfatizar que la forma en que los matrimonios pueden ser transformados no es cuando tratamos de cambiar al cónyuge, sino cuando nos ponemos en las manos de Dios para crecer conforme a Su imagen.
Cuando trabajamos en consejería con parejas, a menudo nos encontramos con que uno o ambos cónyuges desean que el otro cambie, y señalan al otro como causante de los problemas o infelicidad matrimonial. Uno de los más graves problemas con esta perspectiva, es que muchas veces, está basada en la ilusión de que podemos controlar a la otra persona. Esto puede provocar fuertes frustraciones en el matrimonio.
En muchas ocasiones, las mujeres entramos al matrimonio con la idea de que el esposo es nuestro proyecto, que lo vamos a cambiar y a convertirlo en nuestra visión de lo que debe ser. Puede que sintamos presión de nuestra familia, de lo que lo que el grupo de amistades entiende que es un buen esposo, de la cultura, de los medios sociales y nos enfoquemos en tratar de hacer que el esposo se amolde a ese patrón.

Hermanos, es posible
que alguno de ustedes
caiga en la trampa del pecado.
Ustedes, que son guiados por el Espíritu, acérquense a él y ayúdenle a corregir su error.
Pero ¡ojo!, háganlo con humildad,
pues ustedes también
pueden caer en tentación. – Gálatas 6:1
La realidad es que el llamado bíblico es a evaluar primeramente en qué debo cambiar yo. Necesito meditar e identificar aquellas actitudes pecaminosas que hay en mí (la “rama” que está en mi ojo), llevarlas a Dios en arrepentimiento y pedirle que me ayude a crecer y ser transformada. Cuando hacemos esto, nos daremos cuenta que, en algunos casos lo que queríamos señalarle al cónyuge ya no parece ser tan importante. En las ocasiones en que entendemos que hay que confrontar un asunto, podremos hacerlo con gracia, humildad y respeto, ya que hemos reconocido que no somos perfectas y que no tenemos el poder para cambiar al esposo.
Cuando mi esposo y yo nos casamos hace casi 26 años, había algunas cualidades que yo entendía que él debía cambiar para que se amoldara más a mi idea de lo que era más apropiado. Evidentemente, eso nos provocaba conflictos y frustraciones, pero gracias a Dios que, por los buenos ejemplos y los buenos consejos que recibimos, pudimos superarlos. Tuve que entender que mi esposo había sido diseñado por Dios y que en su sabiduría, Él le había dado cualidades muy diferentes a las mías. Tuve que aprender a dejar de ver las diferencias como debilidades y apreciarlas como el complemento que son para mí. Al soltar mi deseo de cambiar a mi esposo, comencé a disfrutar plenamente de nuestro matrimonio y descubrí fortalezas que Dios le dio para que juntos pudiéramos formar nuestro hogar, criar a nuestros hijos y servir conforme a los propósitos divinos.

Así mismo, esposas, sométanse a sus esposos,
de modo que, si algunos de ellos
no creen en la palabra,
puedan ser ganados más por el comportamiento de ustedes que por sus palabras,
al observar su conducta íntegra y respetuosa. –
1 Pedro 3:1-2
Necesitaba trabajar con la “rama” que estaba en mi ojo. Eso me ha llevado a crecer. Tengo que evaluarme y arrepentirme cada día, pero en Cristo encuentro la gracia necesaria para levantarme de nuevo y seguir adelante. Con esto no quiero decir que vivas pensando que eres la responsable de los problemas en tu matrimonio, sino que antes de confrontar al esposo, ores y le pidas al Señor que te ayude a identificar “las ramas” que puedan estar en tu ojo. Al arrepentirte y permitir que Dios trabaje en tu corazón, ya estarás dando un paso importante hacia el crecimiento. El esposo se dará cuenta de tus cambios (tarde o temprano), lo cual les ayudará a comenzar un diálogo que puede ser sanador y restaurador (Santiago 5:16).
Es necesario que recordemos siempre que no somos el Espíritu Santo y no tenemos el poder para tranformar la vida del esposo. Pero cuando glorificamos a Dios con lo que somos y con nuestro comportamiento, podemos llegar a ser una gran influencia para el esposo. ¡Qué Dios nos ayude a recurrir a Él continuamente para crecer, para ser fortalecidas y formadas conforme a su buena voluntad!