“Por eso el hombre deja a su padre y a su madre,
y se une a su mujer, y los dos se funden en un solo ser.” – Génesis 2:24
Desde hace varios años, la Iglesia de la cual somos miembros, ofrece una clase para matrimonios durante el mes de julio. Mi esposo y yo hacemos lo posible por participar de la misma pues entendemos que sin importar cuanto tiempo llevemos de casados, siempre necesitamos seguir aprendiendo.
Estas últimas semanas, hemos estado estudiando juntos el libro “El Matrimonio que Agrada a Dios” como parte de la clase. Es edificante para nosotros refrescar información valiosa y práctica para nuestra relación, como también aprender cosas nuevas sobre cómo aplicar la Palabra y el Evangelio al matrimonio.
Uno de los temas que estudiamos recientemente, fue el de la unidad entre el esposo y la esposa. Definitivamente, el Evangelio hace una gran obra en el matrimonio ya que hemos experimentado la gracia de Dios en nuestra relación y, como resultado, disfrutamos de una hermosa unidad .
El matrimonio fue diseñado por Dios desde el principio para reflejar el amor de Cristo por su Iglesia. No fue hecho para satisfacer los deseos egoísta de cada cónyuge. Pero, la realidad, es que necesitamos estar alertas y reconocer cuando estamos siendo tentadas a buscar nuestro bienestar personal por encima del bienestar de la relación.

“El amor es paciente, es bondadoso.
El amor no es envidioso
ni jactancioso ni orgulloso.
No se comporta con rudeza,
no es egoísta, no se enoja fácilmente,
no guarda rencor.” – 1 Corintios 13:4-5
Necesitamos recordar los votos que declaramos ante Dios en el pacto matrimonial, cuando prometimos fidelidad al esposo, no a nuestros propios intereses egoístas. La Biblia nos enseña que el amor “no busca lo suyo”, que el que ama no se cree más que nadie. El amor del que nos habla la Palabra de Dios, valora a su prójimo, se expresa con paciencia y amabilidad. El prójimo más cercano es el esposo. La relación matrimonial provee la oportunidad de poner en acción el amor que se describe el 1 Corintios 13. Pero la cercanía también nos puede hacer vulnerables a tratar al esposo con “exceso de familiaridad”, que se refleja cuando no le mostramos el respeto y la consideración que nos enseña la Biblia, cuando le “cantaleteamos”, cuando ignoramos sus gustos porque estamos más enfocadas en nuestras preferencias.
El llamado a la unidad está plasmado desde el Génesis, desde el mismo momento en el que Dios estableció el matrimonio. Al hombre y a la mujer, unidos en el pacto matrimonial, Dios los llama “una sola carne” y a ambos les da un mandato para que trabajen juntos en la misión que Él les ha encomendado (Génesis 1:27-28). Por esta razón, cuando nos unimos en matrimonio, necesitamos echar a un lado nuestras expectativas egoístas de que esa relación es la que nos va a hacer felices. El llamado a la unidad en el matrimonio, requiere que sacrifiquemos el “yo”. Para eso, necesitamos a Cristo, porque solo en Él encontramos la gracia que perdona nuestro pecado de egoísmo y nos impulsa a caminar conforme al diseño de Dios.

“Las parejas en las que
ambos cónyuges traen gloria a Dios
son aquellas en las que ambos
mueren a sí mismos
para servir al otro.” – J. Mercado
(El Matrimonio que agrada a Dios)
El mayor gozo se manifiesta cuando vivimos para dar gloria a Dios. Cuando nuestro matrimonio refleja el amor entre Cristo y su Iglesia, estamos honrando a Dios. Eso será razón de regocijo para nuestras vidas pues estaremos viviendo conforme al diseño divino, caminando en la unidad a la que Dios ha llamado a la esposa en el matrimonio.