“Todos cometemos muchas faltas.
¿Quién, entonces, es una persona madura?
Sólo quien es capaz de dominar su lengua
y de dominarse a sí mismo. – Santiago 3:2
A lo largo de nuestras vidas, vamos creciendo y madurando. Una buena parte de la madurez se adquiere al relacionarnos de cerca con otras personas, interactuar con ellas, compartir vivencias, resolver conflictos, “limar asperezas”, desarrollar y colaborar en proyectos juntos. El matrimonio nos da la oportunidad de madurar al proveer la relación más cercana que pueden compartir dos personas.
Al entrar en el matrimonio, la esposa y el esposo, enfrentarán retos como las diferencias entre la mujer y el hombre, el bagaje que cada uno trae de su hogar de origen, entre otros. Cuando se aprende a superar estos retos, hay crecimiento individual y también como pareja.
Una de las cosas con las cuales más podemos luchar las mujeres es con las palabras. A la mayoría de las mujeres nos gusta expresar cómo nos fue el día, decir todo lo que hicimos, hablar de nuestros sueños y de nuestras frustraciones. Aunque a algunos esposos, les agrada hablar, no todos son tan conversadores. Algunos esposos prefieren un período de silencio cuando llegan a su casa, mientras que la esposa está deseosa de dialogar con él. Otros esposos tienen problemas para escuchar atentamente y retener la información que su esposa les comparte. Puede que haya otros que escuchan a su esposa, pero no necesariamente responden con palabras.
Este tipo de situaciones puede llevar a una esposa a la frustración. Si no somos cuidadosas, podemos recurrir a utilizar nuestras palabras de modo que lastimen al esposo y hagan daño a la relación (Santiago 3:6). Puede que comencemos a utilizar el sarcasmo para dirigirnos al esposo o que comencemos a criticar continuamente sus acciones y su carácter, terminando en cantaleta (Proverbios 27:15). Algunas esposas pudieran recurrir a utilizar sus palabras para manipular, “halagando” al esposo, no de corazón, sino para lograr sus propios propósitos egoístas (Proverbios 7:21). La mentira también es otra de las formas en las que usamos las palabras para “vengarnos” de lo que consideramos que son las faltas del esposo (Efesios 4:25). Con las palabras también podemos faltar el respeto al esposo, cuando subimos el tono de la voz, le hablamos con desprecio o les decimos palabras obscenas (Efesios 4:29). Todas estas acciones terminan haciendo daño al matrimonio.
Necesitamos darnos cuenta de que estas acciones son producto del pecado en nuestros corazones. En los Evangelios, Jesús habló de que el pecado va más allá de la acción, se comete en el corazón (Mateo 5:22). Las palabras pueden parecer inofensivas pero tenemos que meditar en cuáles son las intenciones que están detrás de ellas . Dios nos llama a arrepentirnos, a llevar ante Él nuestras culpas. Su perdón ya fue pagado para nosotras por Jesucristo en la cruz del Calvario. Una vez reconocemos nuestro pecado y nos arrepentimos, estamos preparadas para crecer.

En cambio, los que tienen la sabiduría
que viene de Dios, no hacen lo malo;
al contrario, buscan la paz, son obedientes
y amables con los demás,
se compadecen de los que sufren,
y siempre hacen lo bueno;
tratan a todos de la misma manera, y son verdaderos cristianos.
A los que buscan la paz entre las personas,
Dios los premiará dándoles paz y justicia. – Santiago 3:17-18
El camino del crecimiento no es fácil pues hay que morir al “yo”, a los deseos egoístas, pero las recompensas son maravillosas. La paz con Dios te llevará a buscar la paz con tu prójimo. Como hemos dicho anteriormente, el prójimo más cercano es el esposo. En tu caminar, verás la evidencia del poder de Dios sobre tu vida y sobre tu relación matrimonial. Tu esposo también lo verá y, en el momento de Dios, esto provocará transformación en su vida.
En mis casi veintiséis años de casada, he podido experimentar cómo Dios ha transformado (y lo sigue haciendo) mi forma de comunicarme con mi esposo. Me ha ayudado a no ser tan ligera con mis palabras. Me enseña a meditar en lo que voy a decir y cuándo debo decirlo. En una ocasión, Dios me guió a guardar silencio ya que estaba recurriendo a la cantaleta porque yo pensaba que tenía la razón y que mis intenciones eran buenas. Recuerdo que, cuando dejé la cantaleta y entregué mi petición al Señor en oración, Él obró hermosamente en mi corazón y en el de mi esposo.
Más allá de las palabras, hay una intención que debe ser evaluada. Cuando lo hacemos a la luz de las Escrituras, estamos dando pasos hacia la madurez y el fortalecimiento de nuestras relaciones. Siempre podemos orar por lo que está en nuestro corazón y permitir que Dios dirija nuestras acciones y nuestras palabras. ¡Qué maravilloso es saber que tenemos acceso directo al Señor por Su gracia!

Así que acerquémonos
con toda confianza al trono
de la gracia de nuestro Dios.
Allí recibiremos su misericordia
y encontraremos la gracia
que nos ayudará
cuando más la necesitemos. – Hebreos 4:16