Entonces Manoa oró al Señor diciendo: «Señor, te pido que el hombre de Dios vuelva a nosotros y nos dé más instrucciones acerca del hijo que nacerá». – Jueces 13:8
Hace un tiempo, leyendo la Biblia en el libro de Jueces 13, me impactó el versículo 8 en el cual Manoa (padre de Sansón) hace una oración a Dios para implorar que se les diesen instrucciones sobre cómo criar al niño que Dios les había prometido a él y a su esposa. En aquellos tiempos, ellos no tenían disponible los escritos de Moisés y mucho menos un ejemplar de la Biblia, pero reconocieron que necesitaban la instrucción de Dios para la crianza de su hijo. Fueron humildes y clamaron a Dios, quien contestó su oración y le envió a su ángel para que les diera instrucciones. Sin duda, tiene que haber sido una experiencia maravillosa que marcó sus vidas.
Mucha gente dice que los niños no vienen con un manual de instrucciones, pero la realidad es que tenemos la Biblia, en la cual se nos instruye cómo criar a nuestros hijos. Hoy día contamos con la bendición de tener la Biblia disponible en una gran cantidad de formatos que facilitan su accesibilidad. Los valores y principios esenciales para que un niño se desarrolle en un una persona sana, exitosa y productiva, se encuentran en la Palabra de Dios. Por eso es sumamente importante que acudamos a ella continuamente mientras nuestros hijos crecen.

“Grábate en el corazón estas palabras que hoy te mando.
Incúlcaselas continuamente
a tus hijos.
Háblales de ellas
cuando estés en tu casa
y cuando vayas por el camino,
cuando te acuestes
y cuando te levantes.” –
Deuteronomio 6:6-7
Existe una gran cantidad de libros y material cristiano sobre la crianza de los hijos. Son recursos que también podemos utilizar como complemento, sin olvidar la superioridad de la Biblia.
Puede que, como ocurrió con Sansón, nuestros hijos se desvíen del camino cuando crezcan, lo cual puede ocasionar que nos llenemos de dudas y de ansiedad. Pero necesitamos confiar en el poder de la Palabra que hemos sembrado en la mente y el corazón nuestros hijos, porque en el momento de Dios, rendirá frutos. Al final, Sansón terminó cumpliendo el propósito de Dios.
Todas las que somos madres, hemos enfrentado períodos de gran preocupación por nuestros hijos por diferentes razones. Algunos se apartan del camino, otros atraviesan situaciones difíciles, otros enfrentan enfermedades y problemas que les hacen dudar de su fe. Pero necesitamos recordar al Padre Expectante y al Hijo Pródigo. Si estuviéramos en el lugar del padre expectante, seguramente hubiésemos tenido cientos de preguntas. Sin embargo, algo maravilloso que nos muestra esta parábola de Jesús es que cuando el hijo pródigo estaba perdido, Dios permitió que volviera en sí y recordara la casa de su padre, el lugar donde fue criado, donde recibió enseñanza y ejemplo. ¡Eso le hizo regresar a los brazos de su padre!

Entonces, volviendo en sí, dijo:
«¡Cuántos de los trabajadores de mi padre
tienen pan de sobra,
pero yo aquí perezco de hambre!
Me levantaré e iré a mi padre, y le diré:
“Padre, he pecado contra el cielo y ante ti;
ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo;
hazme como uno de tus trabajadores”».
Y levantándose, fue a su padre. – Lucas 15:17-20
Necesitamos entender que, junto al esposo, solo podemos “sembrar” la buena enseñanza en los corazones de nuestros hijos, pero no tenemos el poder de dar el crecimiento. Solamente Dios puede hacer germinar y crecer la semilla de la Palabra. Confiar en Dios requiere que nos demos cuenta de que no depende de nosotros, sino que Dios es el que se encarga de obrar a su tiempo en la vida de cada hijo. Eso no significa que dejamos de orar por ellos, de pedir a Dios sabiduría y dirección para aconsejarles y relacionarnos con ellos saludablemente.
La responsabilidad de educar a los hijos en el temor de Dios es de los padres y madres, y es una responsabilidad indelegable. El padre y la madre son las personas a las cuales Dios ha otorgado el poder de ejercer una influencia sobre los hijos como ninguna otra en el mundo. Nuestro anhelo debe ser utilizar esa influencia para encaminar a los hijos en el camino que Dios ha trazado para ellos. A lo largo de toda la vida, tenemos el privilegio y la responsabilidad de ser ejemplo y llevar a nuestros hijos e hijas a la Palabra de Dios. Oremos que Dios nos ayude a hacerlo así, sin importar la edad que tengan.