“Pon tu delicia en el Señor,
y Él te dará las peticiones de tu corazón.” – Salmo 37:4
El día de la boda es inolvidable. La mayoría de las mujeres sueñan desde pequeñas con el traje de novia, las flores, la decoración de la Iglesia y de la fiesta, y con quien será el que ansiosamente las esperará frente al altar el día de la ceremonia. Las expectativas de la boda, de nuestro futuro esposo y del matrimonio están presentes en nuestros corazones y pueden hacer una influencia positiva o negativa sobre nuestros pensamientos y actitudes.
“Cuando me case, seré completamente feliz…” o “Mi esposo hará todos mis sueños realidad…” son ejemplos de expectativas irreales. Cuando no se ajustan, este tipo de expectativas pueden ser causantes de problemas en el matrimonio. Una gran cantidad de los cuentos que leíamos cuando niñas, terminaban con la boda de los protagonistas y la frase: “…y fueron felices para siempre.” La historia después de la boda se dejaba a nuestra imaginación, en la cual, el esposo era romántico siempre, considerado, amable, cortés y todo lo que soñábamos que debía ser el esposo perfecto.
Al crecer y enfrentarnos con la vida, nos damos cuenta de que existen retos y dificultades, que tenemos responsabilidades que atender a diario y que las cosas no siempre serán fáciles. Sin embargo, muchas veces seguimos soñando que las cosas cambiarán cuando terminemos la carrera universitaria o cuando consigamos el trabajo que anhelamos, cuando nos independicemos de nuestros padres o cuando nos casemos con el hombre de nuestros sueños.
“Es una mujer insensata la que espera que su marido sea para ella lo que sólo Jesucristo mismo puede ser:
dispuesto a perdonar, totalmente comprensivo,
infinitamente paciente, invariablemente tierno y amoroso,
infalible en todos los ámbitos, anticipándose a cada necesidad
y haciendo más que provisión adecuada.
Tales expectativas ponen a un hombre bajo una tensión imposible.
Lo mismo ocurre con el hombre que espera demasiado de su esposa.” – Ruth Bell Graham
La vida de casadas nos va enseñando ciertas realidades que no anticipábamos y si no nos ajustamos a las mismas, pasaremos nuestros días frustradas, enojadas o amargadas. Ruth Bell Graham dijo una vez: “Compadezco a la pareja casada que espera demasiado el uno del otro. Es una mujer insensata la que espera que su marido sea para ella lo que sólo Jesucristo mismo puede ser: dispuesto a perdonar, totalmente comprensivo, infinitamente paciente, invariablemente tierno y amoroso, infalible en todos los ámbitos, anticipándose a cada necesidad y haciendo más que provisión adecuada. Tales expectativas ponen a un hombre bajo una tensión imposible. Lo mismo ocurre con el hombre que espera demasiado de su esposa.”
Solamente Cristo puede suplir todas nuestras necesidades y hacer mucho más de lo que pedimos o entendemos. Cristo supera toda expectativa que podamos tener. Es el único que tiene el poder de hacerlo porque conoce lo que está en nuestros corazones y puede anticiparse a nuestras necesidades. Él nos muestra Su maravillosa gracia que nos brinda amor incondicional, perdón, comprensión y ternura aún en los momentos en que no somos tan “agradables”. Poner sobre el esposo la carga de suplir todas nuestras necesidades (emocionales, físicas, espirituales, etc.), es colocar una tensión muy grande sobre el matrimonio. Para el esposo, será una tarea imposible y para la esposa una experiencia sumamente frustrante.
Necesitamos llevar nuestras expectativas a Dios en oración y pedirle que nos ayude a adaptarlas a la realidad, a moldearlas a nuestro propio matrimonio, tomando en cuenta nuestra personalidad y la del esposo. Así comenzaremos a crecer en una mayor comprensión con el esposo, lograremos establecer prioridades y acuerdos que nos ayudan a sentar las bases de un matrimonio sólido.

Y a aquel que es poderoso para hacer todo
mucho más abundantemente
de lo que pedimos o entendemos,
según el poder que obra en nosotros,
a Él sea la gloria en la iglesia y en Cristo Jesús
por todas las generaciones,
por los siglos de los siglos. Amén. –
Efesios 3:20-21
Ajustar las expectativas no siempre es tarea fácil, podemos vernos tentadas a exigir que se cumplan cuando se presentan situaciones que no deseamos enfrentar. Solamente a través de una fe firme y una constante relación con Dios, podemos experimentar la plenitud de Su paz y la satisfacción de todas nuestras necesidades. Cuando confiamos en Dios como la fuente de todo lo que necesitamos, el que sustenta y fortalece nuestra unión con nuestro esposo, podemos experimentar gozo en el matrimonio.