“El amor es paciente, es bondadoso; el amor no tiene envidia;
el amor no es jactancioso, no es arrogante; no se porta indecorosamente;
no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal recibido;
no se regocija de la injusticia, sino que se alegra con la verdad;
todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.” – 1 Corintios 13:4-7
Hace poco más de una semana tuve la oportunidad de hablar en la Iglesia en la cual me congrego sobre el tema de gracia en las relaciones y me gustaría compartirlo también con ustedes. Cuando se habla de la gracia, lo primero que necesitamos tener claro es que la mayor muestra de gracia fue dada por Cristo, al despojarse de toda su gloria para venir a este mundo a habitar entre nosotros para luego entregar su vida como sacrificio por nuestros pecados (Juan 1:14). Con este acto, Dios nos mostró su AMOR INMENSURABLE y su disposición para satisfacer la necesidad genuina de salvación que teníamos.
La realidad es que sin gracia no hay esperanza para tener relaciones saludables. El excelente camino del amor que nos muestra 1 Corintios 13 solo se puede lograr cuando la gracia opera en medio de las relaciones. Cuando recibimos la gracia de Dios en nuestras vidas, somos capaces de compartirla con nuestro prójimo. En el hogar tenemos múltiples oportunidades para poner la gracia en acción.

“Amados, si Dios así nos amó,
también nosotros debemos
amarnos unos a otros.” –
1 Juan 4:11
Cuando aplicamos la gracia a nuestras relaciones, tenemos muy presente nuestra propia imperfección y cuan propensas somos a pecar. Eso nos ayuda a apreciar de una manera práctica y activa la gracia y el perdón que hemos recibido de Cristo. Nos pone en la posición de mirar al esposo y a los hijos a través del lente de la gracia. Es así como podemos poner en acción el amor que todo lo cree, espera y soporta que nos enseña la Biblia. Dejamos de fijarnos en lo que consideramos los “defectos” de los demás, los perdonamos, pasamos por alto las pequeñeces sin hacer un escándalo por ellas, creemos y esperamos que Dios se manifieste en la vida de nuestros seres amados. Nos damos cuenta de que nosotras no podemos controlar ni cambiar al esposo o a los hijos, pero sí podemos expresarles el amor con el que hemos sido amadas por Dios (1 Juan 4:11).
A veces la persona a la cual más difícil se nos hace mostrar gracia es quien más la necesita. En los hogares, muchas veces se nos hace más fácil extender gracia a los hijos, pero cuando se trata del esposo, es otra historia. En muchas ocasiones, caminar en gracia, se tratará de examinarme a mí misma primero (Mateo 7:3), sacar la viga de mi ojo antes de señalar la paja que está en el ojo de mi esposo. Practicar la gracia en las relaciones no significa que se justifican los errores y “se le pasa la mano al pecado”, sino que acudimos continuamente a Dios, le reconocemos en medio de nuestras circunstancias para aplicar la verdad en amor (Efesios 4:15).

“¿Y por qué miras la paja
que está en el ojo de tu hermano,
y no echas de ver la viga
que está en tu propio ojo?” –
Mateo 7:3
Esto nos impulsa a crecer, a madurar. Te vas dando cuenta realmente de que no todo el mundo (el esposo, los hijos…) debería ser como tú, sino como Cristo. Esto provoca humildad, lo cual siempre es beneficioso para las relaciones (Filipenses 2:3). Reconocer y entender que solo Cristo es el modelo de la perfección es lo que nos llevará a vivir profundamente agradecidas y dependiendo de su amor inagotable para establecer matrimonios y hogares sólidos.
Ninguna relación tiene éxito sin la gracia de Dios operando en la misma. Solo a través de Su gracia, podemos ser pacientes, perdonar, pasar por alto las ofensas, humillarnos, arrepentirnos y pedir perdón. Toda persona que ha estado en una relación a largo plazo (como lo son el matrimonio y la crianza de los hijos), sabe que todas estas cosas son necesarias para vivir armoniosa y amorosamente.