La Esposa – Amor Agradecido

“Los hijos que tenemos son un regalo de Dios. Los hijos que nos nacen son nuestra recompensa.” Salmo 127:3

Recientemente, durante mis lecturas devocionales, la siguiente cita del autor Paul David Tripp llamó mi atención: “El amor verdadero, humilde, gozoso y perseverante no nace de un sentido de obligación, sino de un corazón agradecido. Nosotros le amamos porque Él nos amó primero.” El pastor Tripp continúa reflexionando de manera introspectiva sobre esa clase de amor que describe en la cita.

Mientras leía la reflexión, pensé en el rol de madre y cómo la gratitud es una parte esencial de ese amor. En el Salmo 127: 3, el salmista expresa la bendición que son los hijos, describiéndolos como una recompensa. Este Salmo refleja la gratitud que sentimos quienes tenemos la dicha de ser madres. Ciertamente, el amor, verdadero, humilde, gozoso y perseverante nace de un corazón agradecido.

¿Es nuestro amor verdadero? El modelo perfecto del amor es el de Dios, quien nos amó primero de manera abnegada, consistente y confiable. Esa sería la forma de describir lo que es el amor verdadero, que no se desvía, que se mantiene recto. Que la gratitud por esos hijos que son como saetas en manos de valientes nos haga entregarnos a la tarea de moldearlos amorosamente y equiparlos con rectitud para la vida. ¿Podrán nuestros hijos recordar que nos esforzamos para impartirles la enseñanza bíblica con nuestras palabras y acciones?

¿Es nuestro amor humilde? La humildad que nos modela el amor de Dios debe motivarnos a agradarlo a Él sobre todas las cosas. Que, en nuestro hogar, se enfatice el hacer la voluntad buena, agradable y perfecta de Dios antes que la nuestra, muestra verdadera humildad. ¿Tendrán nuestros hijos memorias de una actitud humilde de nuestra parte ante la soberanía de Dios?

¿Es nuestro amor gozoso? En lugar de amoldarnos a la mentalidad del mundo que considera a los hijos como una carga, cuando nos deleitamos por la recompensa que son los hijos, mostramos el amor gozoso. En lugar de vivir egoístamente (para nosotras mismas) encontramos gozo en servir al criar, educar, encaminar y aconsejar a nuestros hijos. ¿Percibirán nuestros hijos el gozo que experimentamos al verlos crecer y desarrollarse en la vida cotidiana? ¿Recordarán con añoranza los momentos alegres compartidos en el hogar?

¿Es nuestro amor perseverante? El fiel y eterno amor de Dios es un gran consuelo para nuestras vidas. Esa es la clase de amor que se necesita en el hogar: perseverante. Amor que no cambia frente a las circunstancias de la vida. Amar a nuestros hijos de esta manera es la mayor aspiración que podemos tener como madres y debe ser nuestra constante oración. ¿Saben con certeza nuestros hijos que los amamos, aunque no sean perfectos, aunque fallen o se alejen? ¿Experimentan en la vida diaria la perserverancia del amor que les profesamos?

La única forma en la que podemos alcanzar esta clase de amor es respondiendo en gratitud al amor eterno que Dios ha derramado sobre nuestras vidas. Ese amor nos impulsa a sembrar generosamente a través de acciones diarias dirigidas a edificar a nuestra familia, a vivir con corazones agradecidos que experimentan gozo en su rol maternal. “Porque Él nos amó primero” es la única esperanza que tenemos para que crezca el amor y gozosamente podamos compartirlo con otros, comenzando en el hogar. ¡Que este Día de las Madres sea celebrado con la verdad, humildad, gozo y perseverancia del amor que Dios nos ha manifestado!

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