La Esposa – Caminando hacia la Madurez

 Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres… – Colosenses 3:23

Con el paso de los años en el caminar con Cristo, vamos aprendiendo que la vida cristiana se trata de darle gloria a Dios. Y esto es en todo. La Biblia dice que todo lo que hacemos debe ser para la gloria de Dios. Eso significa que en cada rol que asumimos, en cada tarea que emprendemos, necesitamos tener en mente cómo podemos glorificar a Dios a través de lo que hacemos.

Algo que me impacta de la vida de muchos personajes bíblicos es que entendieron esto y nos dejaron el ejemplo para que podamos seguirlo. Por ejemplo, María de Nazaret (de quien escribimos en la publicación anterior) entendió claramente, que el llamado que se le hacía, no se trataba de ella, sino de Jesús (Lucas 1:30-33). Juan el Bautista, también lo entendió y dijo: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe.” Juan 3:30. Así es que mientras vamos caminando hacia la madurez, comprendemos que la vida de Jesús es la que tiene que crecer en la nuestra, la voluntad del Padre gobernar la nuestra, mientras van menguando nuestras tendencias pecaminosas (actitudes egoístas, expectativas irreales, malos hábitos relacionales) que nos alejan de Dios y de nuestro prójimo.  

 Es necesario que él crezca,
pero que yo mengüe. – Juan 3:30

En el Antiguo Testamento encontramos la historia de Jocabed, la madre de Moisés, que actuó en fe creyendo que el propósito que se cumpliría a través de sus hijos traería gran gloria a Dios. Sus hijos Aarón, María y Moisés tuvieron un rol esencial en la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto (Éxodo 2 al 14). Quizás muchas personas no recuerdan el nombre de Jocabed, pero sí recuerdan a Moisés y lo que Dios hizo a través de él. Ella entendió que no se trataba de ella, sino de la gloria de Dios. Otra mujer ejemplar en este aspecto fue Ana, la madre del profeta Samuel. Ella rogaba a Dios por un hijo, ya que era estéril, y Dios se lo concedió. Sin embargo, ella había prometido que su hijo serviría a Dios desde pequeño y lo llevó al templo para ese propósito. Dios llamó a Samuel desde su niñez y se convirtió en uno de los profetas más conocidos y respetados de Israel. Su madre Ana comprendió que se trataba de glorificar a Dios con su vida y con la petición (el hijo) que Dios le había concedido (1 Samuel 1 y 2).

Mientras vamos caminando hacia la madurez, comenzamos a entender que no son nuestras fuerzas las que nos sostienen, que no es nuestra inteligencia o sabiduría la que nos ha guiado hasta este momento. Siempre ha sido Dios. Cuando miramos hacia atrás y evaluamos los eventos de nuestra vida, podemos ver la mano de Dios obrando, cuidándonos y guiando nuestros pasos. Podemos ver que, en los momentos de dificultad, Él nos consoló y nos animó. Entonces lo que nos queda es agradecer y darle gloria a Él.

No vivan según el modelo de este mundo.
Mejor dejen que Dios transforme su vida
con una nueva manera de pensar.
Así podrán entender y aceptar lo que Dios quiere
y también lo que es bueno, perfecto y agradable a él.
Por el favor que Dios me ha mostrado,
les pido que ninguno se crea mejor que los demás.
Más bien, usen su buen juicio
para formarse una opinión de sí mismos
conforme a la porción de fe
que Dios le ha dado a cada uno. – Romanos 12: 2-3 (PDT)

Así crecemos y maduramos. Ya lo importante no es cómo nos proyectamos hacia los demás, sino de qué manera podemos honrar a Dios a través de nuestra vida, de nuestro matrimonio, de la crianza de nuestros hijos. Nuestro entendimiento es renovado cuando nos enfocamos en hacer la voluntad de Dios, y eso provoca cambios. El matrimonio es impactado porque ya no estaremos buscando nuestro beneficio, sino el de ambos. La crianza de los hijos será impactada por el énfasis en llevar a nuestros hijos hacia Cristo, a atender su llamado y seguirlo. Nuestra vida de familia y comunidad se verá impactada por el amor de Dios reflejado en nuestras acciones diarias.

Caminar hacia la madurez te aleja de ti misma, de los hábitos y actitudes que te esclavizan, pero te lleva cada vez más hacia Cristo para que puedas reflejar Su carácter. Que podamos decir como Juan el Bautista: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe.” Que podamos negarnos a nosotras mismas, tomar nuestra cruz y seguir a Cristo. Sin duda, la recompensa de ver Su gloria será mucho mayor que cualquier cosa que este mundo nos pueda ofrecer.

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