Gracia para Madres Imperfectas

“Y Él me ha dicho: Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, muy gustosamente me gloriaré más bien en mis debilidades,
para que el poder de Cristo more en mí.” – 2 Corintios 12:9

Ser madre es un hermoso privilegio, pero también una gran responsabilidad. La tarea de cuidar a un niño o niña desde la infancia hasta que sea adulto, equiparle para la vida, inculcarle principios bíblicos y valores que guíen sus decisiones es una labor gigantesca. Puede que en ocasiones sintamos que estamos fracasando en la tarea. Tengo que confesar que es algo que he confrontado en muchas ocasiones a lo largo de los casi veintiséis años que llevo ejerciendo el rol de madre.

El mundo y la cultura popular tratan de vendernos la idea de ser “super mamás”: las que conocemos las más modernas técnicas de educación, las que cocinamos las mejores recetas para mantener una nutrición saludable para nuestros hijos, las que conducimos a los niños a las prácticas de deportes, clases de música, escuela bíblica, grupo de juveniles, somos voluntarias en la escuela, etc. Todo esto a la vez que mantenemos la casa impecable, somos buenas esposas, participamos en algún comité de la Iglesia, lucimos encantadoras y manejamos algún tipo de negocio propio o empleo para colaborar con el sostenimiento económico del hogar. Realmente, esto coloca sobre nuestros hombros una carga que es sumamente difícil de llevar. Además de que es un concepto que está centrado en nosotras mismas, en realzar nuestra imagen y no reposa en el poder de Cristo ni en glorificarlo a Él.

Así que, muchas veces experimentamos frustración porque hemos permitido que pensamientos contrarios a lo que nos enseña la Palabra aniden en nuestra mente y pongan una demanda indebida en nosotras. Dios nos ha llamado a amar al esposo y a los hijos (Tito 2:4); a que junto al esposo les enseñemos la verdad con nuestros actos y palabras (Deuteronomio 6:6-7). Nuestro deber es llevar nuestros hijos e hijas hacia Jesús, así como hicieron aquellas madres y aquellos padres que relata en Mateo 19:14 cuando Jesús dijo que dejaran que los niños viniesen a Él. Notemos que la Biblia dice que le fueron presentados unos niños. Los niños no llegaron solos. Hubo alguien que los llevó hacia Jesús. Esa es nuestra misión principal como madres: llevar los hijos e hijas hacia Cristo.

“Entonces le fueron presentados unos niños, para que pusiese las manos sobre ellos,
y orase; y los discípulos les reprendieron.
Pero Jesús dijo: Dejad a los niños venir a mí,
y no se lo impidáis; porque de los tales
es el reino de los cielos.” – Mateo 19:13-14

En los pasados días, leyendo sobre este tema en el libro Mujer Sabia de la autora Wendy Bello, Dios trajo a mi corazón el recordatorio de un punto muy importante. Él nos dio la función de instruir, de enseñar en nuestro hogar el carácter de Cristo y los principios bíblicos. Hay una gran diferencia entre instruir y cambiar. No tenemos la capacidad de cambiar a otras personas, ya sean nuestros hijos o el esposo. El poder de cambiar a las personas solo lo tiene Dios. No nos confundamos creyendo que nos toca cambiar el corazón de nuestra familia. Sigamos cumpliendo con nuestra función y dejemos la transformación de los corazones en las amorosas y experimentadas manos del Señor.

Es importante que entendamos que necesitamos recurrir a Cristo continuamente durante el trayecto de la maternidad. No vamos a hacer todo perfecto porque no somos perfectas. Pero podemos descansar en Su maravillosa gracia que cubre nuestros pecados. Dios nos da las fuerzas para reconocer nuestras faltas y pedir perdón, para sostener a nuestros hijos en sus momentos difíciles, para enfrentar las pruebas de la enfermedad, de la rebeldía, de los imprevistos.

“Pues considero que los sufrimientos
de este tiempo presente no son dignos
de ser comparados con la gloria
que nos ha de ser revelada.” – Romanos 8:18

Dios nos ayuda a entender que nuestra identidad no se encuentra en cómo manejamos la maternidad, sino que está cimentada en Cristo. Y comprender esto es lo que nos libera de la culpa y de la frustración de nuestros fracasos. Puede que los hijos se rebelen por un tiempo, puede que algunos se alejen incluso. Y llega el pensamiento: “Si tan solo fuera una mejor madre…” Pero realmente eso no es lo que garantiza los resultados. Escuchando un podcast de Aviva Nuestros Corazones sobre la Maternidad Redimida me impactó cuando hablaron sobre Adán y Eva, quienes tenían un Padre y un hogar perfectos y, aun así, se rebelaron. Así que nosotras, necesitamos entender que nuestra única esperanza está en el Señor. Solo Él es soberano y Sus planes para las vidas de nuestros hijos son mejores que los nuestros. Así que, tal como Adán y Eva fueron los primeros en recibir el anuncio sobre la redención en Cristo, nuestros hijos también necesitan que les anunciemos el Evangelio en el hogar.  

Y esto sí que es algo maravilloso. Que podamos vivir el Evangelio en nuestro hogar, que el amor de Dios se refleje en nuestras acciones, en nuestra entrega. Que podamos actuar en humildad, reconociendo nuestros errores. Que podamos servir sin esperar recompensa. Que Dios nos ayude para que nuestra vida sea un testimonio que lleve a nuestros hijos hacia Jesús.

Somos imperfectas, pero amadas y cubiertas por Su gracia. ¡Feliz Día de las Madres!

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